
Letras de tango
Música: Gerardo Matos Rodríguez
Letra: Manuel Romero
Yo soy la muchacha del circo,
por una moneda yo doy
un poco de humilde belleza,
un poco de tibia emoción.
Yo soy la
muchacha del circo,
por esos caminos yo voy
ceñida en mi malla de seda
repartiendo a todos
flores de ilusión.
Colgada del frágil
trapecio,
su cuerpo elegante parece al saltar
una paloma blanca que al
cielo
con ansias locas quisiera llegar.
Mientras la gente
Emocionada
contempla inquieta su salto mortal,
bajo la lona
del viejo circo
un frío de muerte se siente cruzar.
Ahí va la muchacha del circo,
no encuentra consuelo ni amor,
regala a los otros la dicha
y sufre
miseria y dolor.
Por fin una noche la mano,
cansada, el trapecio aflojó
y... ¡pobre muchacha del circo!
buscando un aplauso,
la muerte
encontró.
Música: Osmar Maderna
Letra: José María Contursi
A veces,
cuando en sueños tu imagen aparece,
radiante y fugaz como un rayo de sol,
siento que tus manos entibian las
mías
trémulas y frías... ¡y hablas de tu amor !
Entonces lentamente mi
espíritu adormeces,
arrullo sutil de una vieja canción,
aquélla que
cantabas cuando tú eras mía,
fantasma febril que se aleja burlón.
La
noche que te fuiste
(más triste que ninguna)
palideció la luna
y se
tornó más gris la soledad...
La lluvia castigando mi angustia en el cristal
y el viento murmurando : Ya no vendrá más.
La noche que te fuiste
nevó sobre mi hastío
y un hálito de frío
las cosas envolvió...
Mis sueños y mi juventud
cayeron muertos con tu adiós...
La noche
que te fuiste
se fue mi corazón...
Más fuerte que tu olvido,
el
tiempo y la distancia,
se ensaña, tenaz con mi desolación,
el
remordimiento de todo el pasado
¡todo mi pasado trágico y burlón !
Por
eso cuando en sueños tu imagen se agiganta
y entonas sutil esa vieja
canción,
yo vuelvo a ser entonces el de aquellos días,
radiante y feliz
como un rayo de sol.
Música: Miguel Bonano
Letra: Alfredo Bigeschi
La ciudad bosteza,
de pena y placer
envuelta en
las sombras
del anochecer...
Campanas de bronce,
las voces de Dios,
anunciando "la Novena",
se oyen cual deber sagrado
con su toque
acompasado,
de oración.
Viejitas y muchachas, desfilan hacia el
templo,
consuelo de las almas, que descansan en paz.
Hilvanan un rosario
de penas y recuerdos,
de hermanos, padres, novios que ya no volverán.
Los fieles de rodillas elevan hacia el cielo
plegarias a la Virgen y
súplicas a Dios,
y mientras en voz baja dicen avemarías
el padre
"sermonea" desde el Altar Mayor.
En un rincón del templo, hincada y
sollozando,
una viejita humilde que llora de emoción...
Son lágrimas de
su alma las cuentas del rosario
y es infinita angustia la de su corazón...
Respetan esa pena los que saben la historia,
y en su dolor sagrado
repite en la oración:
¡Señor...! ¡yo tuve un hijo...! pero vino la guerra...
Me lo pidió la patria... y nunca más volvió!
Lo esperó con ansias
en su soledad
y con su retrato
se ponía a llorar.
Lo esperó con
ansias
pero no volvió.
Los que han vuelto le contaron
que en la
guerra lo mataron
abrazado a su bandera,
con valor.
Música: Guillermo Barbieri
Letra: Enrique Cadícamo
A veces repaso mis horas aquellas
cuando era
estudiante y tú eras la amada
que con tus sonrisas repartías estrellas
a
todos los mozos de aquella barriada.
¡Ah! las noches tibias... ¡Ah! la
fantasía
de nuestra veintena de abriles felices,
cuando solamente tu
risa se oía
y yo no tenía mis cabellos grises.
Íbamos del brazo
y tú suspirabas
porque muy cerquita
te decía: "Mi bien...
¿ves
como la luna
se enreda en los pinos
y su luz de plata
te besa en la
sien?"
Al raro conjuro
de noche y reseda
temblaban las hojas
del
parque, también,
y tú me pedías
que te recitara
esta "Sonatina"
que soñó Rubén:
(Recitado:)
"¡La princesa está triste! ¿Qué tendrá
la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa.
Que ha perdido
la risa, que ha perdido el color...
La princesa está pálida en su silla de
oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro
y en un vaso, olvidada, se
desmaya una flor."
¿Qué duendes lograron lo que ya no existe?
¿Qué
mano huesuda fue hilando mis males?
¿Y qué pena altiva hoy me ha hecho tan
triste,
triste como el eco de las catedrales?
¡Ah!... ya sé, ya sé...
Fue la novia ausente,
aquella que cuando estudiante, me amaba.
Que al
morir, un beso le dejé en la frente
porque estaba fría, porque me dejaba.
Música: Augusto Berto
Letra: Juan Andrés Caruso
¡Ay!, una payanca io
quiero arrojar
para enlazar
tu corazón
¡Qué va cha che!
¡Qué va cha che!
Esa payanca será
certera
y ha de aprisonar
todo tu amor
¡Qué va cha che!
¡Qué
va cha che!
Por que yo quiero tener
todo entero tu querer.
Mira
que mi cariño es un tesoro.
Mira que mi cariño es un tesoro.
Y que pior
que un niño po’ ella “yoro”...
Y que pior que un niño po’ ella “yoro”...
Payanca de mi vida, ay, io te imploro.
Payanca de mi vida, ay, io te
imploro,
que enlaces para siempre a la que adoro...
que enlaces para
siempre a la que adoro...
Música: Augusto Berto
Letra: Jesús Fernández Blanco
Con mi payanca de amor,
siempre mimao por la mujer,
pude enlazar su corazón...
¡Su corazón!
Mil bocas como una flor
de juventud, supe besar,
hasta saciar mi sed de amor...
¡Mi sed de
amor!
Ninguna pudo escuchar
los trinos de mi canción,
sin
ofrecerse a brindar
sus besos por mi pasión...
¡Ay, quién pudiera volver
a ser mocito y cantar,
y en brazos de la mujer
la vida feliz pasar!
Payanca, payanquita
de mis amores,
mi vida la llenaste
de
resplandores...
¡Payanca, payanquita
ya te he perdido
y sólo tu
recuerdo
fiel me ha seguido!
Con mi payanca logré
a la mujer que
me gustó,
y del rival siempre triunfé.
¡Siempre triunfé!
El fuego
del corazón
en mi cantar supe poner,
por eso fui rey del amor...
¡Rey del amor!
Música: Enrique Maciel
Letra: Héctor Pedro Blomberg
(vals)
Era rubia y sus ojos celestes
reflejaban la gloria del
día
y cantaba como una calandria
la pulpera de Santa Lucía.
Era
flor de la vieja parroquia.
¿Quién fue el gaucho que no la quería?
Los
soldados de cuatro cuarteles
suspiraban en la pulpería.
Le cantó el
payador mazorquero
con un dulce gemir de vihuelas
en la reja que olía a
jazmines,
en el patio que olía a diamelas.
"Con el alma te quiero,
pulpera,
y algún día tendrás que ser mía,
mientras llenan las noches del
barrio
las guitarras de Santa Lucía".
La llevó un payador de Lavalle
cuando el año cuarenta moría;
ya no alumbran sus ojos celestes
la
parroquia de Santa Lucía.
No volvieron los trompas de Rosas
a
cantarle vidalas y cielos.
En la reja de la pulpería
los jazmines
lloraban de celos.
Y volvió el payador mazorquero
a cantar en el
patio vacío
la doliente y postrer serenata
que llevábase el viento del
río:
¿Dónde estás con tus ojos celestes,
oh pulpera que no fuiste
mía?"
¡Cómo lloran por ti las guitarras,
las guitarras de Santa Lucía!
Música: Pintín Castellanos
Letra: Celedonio Flores
(milonga)
Mentan los que saben
que un malevo
muy de agallas
y de fama
bien sentada
por el barrio
de Palermo
cayó un día
taconeando
prepotente
a un bailongo
donde había
puntos
bravos
pa'l facón.
Lo empezaron a mirar
con un aire sobrador
pero el mozo, sin chistar,
a una puerta se arrimó.
Los dejó
sobrar.
Los dejó decir.
Y pa' no pelear
tuvo que sufrir.
Pero la pebeta
más bonita,
la que estaba
más metida
en
el alma
de los tauras,
esa noche
con la vista
lo incitaba
a
que saliera
a darles dique
y a jugarse
en un tango
su cartel.
Se cruzó
un gran rencor y otro rencor
a la luz
de un
farolito a querosén
y un puñal
que parte en dos un corazón
porque
así
lo quiso aquella cruel mujer.
Cuentan los que vieron
que los
guapos
culebrearon
con sus cuerpos
y buscaron
afanosos
el
descuido
del contrario
y en un claro
de la guardia
hundió el
mozo
de Palermo
hasta el mango
su facón.
Música: Enrique Maciel
Letra: Héctor Pedro Blomberg
Yo sé que aún te acuerdas del barrio perdido,
de aquel
Buenos Aires que nos vio partir,
que en tus labios fríos aún tiemblan los
tangos
que en París cantabas antes de morir.
La lluvia de otoño mojó
los castaños,
pero ya no estabas en el bulevar...
Muchachita criolla de
los ojos negros,
tus labios dormidos ya no han de cantar.
Siempre te
están esperando
allá en el barrio feliz,
pero siempre está nevando
sobre tu sueño, en París.
Paloma, cómo tosías
aquel invierno, al
llegar...
Como un tango te morías
en el frío bulevar...
Envuelta
en mi poncho temblabas de frío
mirando la nieve caer sin cesar.
Buscabas
mis manos, cantando, en tu fiebre,
el tango que siempre me hacía llorar.
Me hablabas del barrio que ya no verías,
de nuestros amores y de un
carnaval...
Y yo te miraba... París y la nieve
te estaban matando, flor
de mi arrabal.
Y así una noche te fuiste
por el frío bulevar,
como un tango viejo y triste
que ya nadie ha de cantar.
Siempre
te están esperando
allá en el barrio feliz,
pero siempre está nevando
sobre tu sueño, en París.
Música: Carlos Marcucci
Letra: Manuel Meaños
Era el atardecer, que la pareja
llegaba siempre junto
a aquella reja
donde ella y él
se unían con fervor
en un abrazo
ardiente
jurándose su amor.
Tenía ella en sus ojos la dulzura
de
una mirada plena de ventura
y en el clavel
de su boquita en flor
un
poema de amor
para vivir con él.
Yo te querré, mi vida, eternamente,
suave, el galán, decía apasionado.
Mi corazón te ansía y, a tu lado,
todo mi ser rebosa de pasión,
quiero en un beso de tus labios rojos
sentirme dueño de tu almita pura
y en un abrazo lleno de ternura
darte el amor que es toda tu ilusión.
Pasó algún tiempo y aquella
pareja
ya no se vio llegar junto a la reja,
porque al decir
del
barrio que los vio,
mintió el galán cariño
y a ella abandonó...
A
veces, en la tarde agonizante,
se ve llegar con paso vacilante
una mujer
que la reja al mirar
solloza al recordar
aquel amor de ayer.
Música: Víctor Buchino / Enrique
Cantore
Letra: Edmundo Rivero
(milonga)
Dicen que nada le apena
y que por nada ha llorao,
y que por nada ha llorao,
¡si de penar está vieja
y de llorar se ha
cansao!
P’al campo santo o p’al cielo
uno a uno se han llevao...
Solita quedó en las casas,
¡y dicen que no ha llorao!...
Dicen
que nada le apena,
y que por nada ha llorao...
En la puerta de sus
días,
mirando al cielo rogó,
mirando al cielo rogó,
que le dijeran
aquellas
palabras que nunca oyó.
Recontando sus mentiras
la
esperanza la llevó
por mil caminos vacíos
y dicen que no lloró...
¡Dicen que nada le apena,
y que por naide lloró!...
Se fue
blanqueando su pelo,
y esperándolo siguió,
y esperandolo siguio
y
esperándolo siguió,
¡todas se fueron casando
naide a su puerta se apeó!
El viento con su malicia
por su ventana pasó,
la noche más noche
y lerda,
la vio llorando... ¡y siguió!...
Música: Edmundo Rivero
Letra: Edmundo Rivero
(milonga)
Era un ambiente turbio de nocheras,
cerca de la
cañada.
Había una milonga, El Chantecler,
alias Toalla Mojada.
Era
un ambiente espeso de varones,
shacadores de minas y malandras.
Había un
tallador y lo llamaban,
por nombre, Aldo Saravia.
No había escruche,
ni peca, ni a copera
que no diera mancada
y a la Chichi Toyufa la fajaba
con su toalla mojada.
Por eso era famosa esa milonga,
por ese Aldo
Saravia,
tallador de la vida y de sus cosas,
por su pinta y su labia.
Nunca hubo shomería en sus acciones,
ni taquero que sacara tajada,
cuando él incursionaba papelitos
sin darse la fajada.
Por eso me
gustaba la milonga
de la Toalla Mojada,
porque estaba el ambiente que yo
quiero
y el macho Aldo Saravia,
que le fajó hasta el nombre al
Chantecler
con su toalla mojada.
Música: Eduardo Pereyra
Letra: Daniel López Barreto
Cabellos negros, los ojos
azules, muy rojos
los
labios tenía.
La Uruguayita Lucía,
la flor del pago 'e Florida.
Hasta los gauchos más fieros,
eternos matreros,
más mansos se
hacían.
Sus ojazos parecían
azul del cielo al mirar.
Ningún
gaucho jamás
pudo alcanzar
el corazón de Lucía.
Hasta que al pago
llegó un día
un gaucho que nadie conocía.
Buen payador y buen mozo
cantó con voz lastimera.
El gaucho le pidió el corazón,
ella le dio
su alma entera.
Fueron felices sus amores
jamás los sinsabores
interrumpió el idilio.
Juntas soñaron sus almitas
cual tiernas
palomitas
en un rincón del nido.
Cuando se quema el horizonte
se
escucha tras el monte
como un suave murmullo.
Canta la tierna y fiel
pareja,
de amores son sus quejas,
suspiros de pasión.
Pero la
patria lo llama,
su hijo reclama
y lo ofrece a la gloria.
Junto al
clarín de Victoria
también se escucha una queja.
Es que tronchó
Lavalleja
a la dulce pareja
el idilio de un día.
Hoy ya no canta
Lucía,
su payador no volvió.
Música: Enrique Francini
Letra: Julián Centeya
La vi llegar...
¡Caricia de su mano breve!
La vi
llegar...
¡Alondra que azotó la nieve!
Tu amor -pude decirle- se funde
en el misterio
de un tango acariciante que gime por los dos.
Y el
bandoneón
-¡rezongo amargo en el olvido!-
lloró su voz,
que se
quebró en la densa bruma.
Y en la desesperanza,
tan cruel como ninguna,
la vi partir sin la palabra del adiós.
Era mi mundo de ilusión...
Lo supo el corazón,
que aún recuerda siempre su extravío?.
Era mi
mundo de ilusión
y se perdió de mí,
sumándome en la sombra del dolor.
Hay un fantasma en la noche interminable.
Hay un fantasma que ronda en
mi silencio.
Es el recuerdo de su voz,
latir de su canción,
la noche
de su olvido y su rencor.
La vi llegar...
¡Murmullo de su paso leve!
La vi llegar...
¡Aurora que borró la nieve!
Perdido en la tiniebla,
mi paso vacilante
la busca en mi terrible carnino de dolor.
Y el
bandoneón
dice su nombre en su gemido,
con esa voz
que la llamó
desde el olvido.
Y en este desencanto brutal que me condena
la vi
partir, sin la palabra del adiós...
Música: Enrique Maciel
Letra: Héctor Pedro Blomberg
Vestida de blanco, sentada en el puente,
leía novelas
y versos de amor
o, si no, miraba la espuma que hirviente
cantaba en la
estela del viejo vapor.
En noches serenas, soñando a mi lado,
mareados de luna y ensueño los dos,
sus ojos miraban el cielo estrellado
pensando en el puerto del último adiós.
Pasajera rubia de un viaje
lejano
que un día embarcaste en un puerto gris,
¿por qué nos quisimos,
cruzando el océano?
¿Por qué te quedaste en aquel país?
Aún guardo
la vieja novela que un día
dejaste olvidada sobre mi sillón.
Escrito en
la tapa tu nombre, "María",
después una fecha y un puerto, "Tolón".
¿Aún vives y sueñas? Quizás hayas muerto,
pero en mi nostalgia
romántica y gris,
espero encontrarte soñando, en un puerto,
bajo el
claro cielo de un dulce país.
Te amaba y te fuiste. Seguía el navío
por mares de brumas y puertos de sol.
Tu sombra lejana quedó al lado
mío:
un sueño de Francia y un verso español.
Pasajera rubia, viajera
perdida,
que un día en un puerto lejano se fue
dejando una extraña
nostalgia en mi vida:
acaso ni sabes que yo te lloré.
Me da su
perfume tu blanco pañuelo,
tu nombre, María, me da su canción;
reflejan
tus ojos la luz de otro cielo.
Te llevo en el barco de mi corazón.
Música: Cátulo Castillo
Letra: Nicolás Olivari
Con el codo en la mesa mugrienta
y la vista clavada en
el suelo,
piensa el tano Domingo Polenta
en el drama de su inmigración.
Y en la sucia cantina que canta
la nostalgia del viejo paese
desafina su ronca garganta
ya curtida de vino carlón.
E La
Violeta la va, la va, la va;
la va sul campo che lei si sognaba
ch’era
suo yinyín que guardándola estaba...
Él también busca su soñado bien
desde aquel día, tan lejano ya,
que con su carga de ilusión saliera
como La Violeta que la va, la va...
Canzoneta de pago lejano
que
idealiza la sucia taberna
y que brilla en los ojos del tano
con la perla
de algún lagrimón...
La aprendió cuando vino con otros
encerrado en la
panza de un buque,
y es con ella, metiendo batuque,
que consuela su
desilusión.
Música: Antonio Blanco
Letra: Julio Camilloni
Ya no puedo equivocarme, sos la última en mi vida,
y
es la última moneda que me queda por jugar.
Si no gano tu cariño la daré por
bien perdida
ya que nunca más la vida me permitirá ganar.
Te
confieso deslumbrado que no esperaba tal cosa.
Ya están luciendo mis sienes
pinceladas de marfil,
ya mi patio abandonado no soñaba con la rosa
y se
realizó el milagro con la última de abril.
Sos la última y espero que me
traigas la ternura,
ésa que he buscado en tantas y que no puedo encontrar.
Ya no quiero pasionismo, ni amorío, ni aventura...
Yo te quiero
compañera para ayudarme a luchar.
No me importa tu pasado ni soy quién
para juzgarte
porque anduve a los sopapos con la vida yo también.
Además
hay un motivo para quererte y cuidarte:
se adivina con mirarte que no te han
querido bien.
Fue por eso que te dije ya no puedo equivocarme,
sos
la última que llega a perfumar mi rincón
y esas gotas de rocío que no te
dejan mirarme
me están diciendo a las claras que alcancé tu corazón.
Pero si la mala suerte me acomoda el cachetazo
con que siempre está
amagando para hacerme fracasar,
no podré sobreponerme a este último fracaso
y yo seré como un grillo, muerto al pie de tu rosal.
Música: Agustín Bardi
Letra: Francisco García Jiménez
Pasó
la sombra cruel de una duda,
y en el romance
de amor
clavó el dolor
su zarpa ruda,
y allí
donde tu boca
querida
puso el alma en el besar,
fue a balbucear
la despedida.
Jardín
que encantadoras promesas,
ayer, no más, perfumó...
¡Hoy
es mansión
de mis tristezas
¡...
Ciprés
donde grabamos antaño
juramentos de los dos,
testigo fue
del triste adiós.
Cita
fatal
la del injusto "Fin"...
No he de olvidar
que en ella te perdí,
que mi vida se extravió,
que comenzó
mi desventura.
No he de
olvidar la emoción
con que estreché
la mano que con pasión
tanto
besé...
Que nuestro labio, al partir,
debió sentir
perder la dicha
de amar
y perdonar...
Mas el labio y la pasión
y el corazón
enmudecieron
y, ahogada en llanto la voz,
dimos los dos
en un
suspiro el adiós.
Pasó
la sombra cruel de una duda
y allí
donde tu hoca querida
puso el alma en el besar,
fue a balbucear
la despedida...
Un cruel
orgullo vano y reacio
atrajo el viento
traidor
que destruyó
nuestro palacio.
Y hoy,
ya tarde, enfermo y
vencido,
aprendiendo en el dolor,
de tu querer
hoy sé el valor.
Música: Francisco Canaro
Letra: Juan Andrés Caruso
Eche amigo, nomás, écheme y llene
hasta el borde la
copa de champán,
que esta noche de farra y de alegría
el dolor que hay
en mi alma quiero ahogar.
Es la última farra de mi vida,
de mi vida,
muchachos, que se va...
mejor dicho, se ha ido tras de aquella
que no
supo mi amor nunca apreciar.
Yo la quise, muchachos, y la quiero
y
jamás yo la podré olvidar;
yo me emborracho por ella
y ella quién sabe
qué hará.
Eche, mozo, más champán,
que todo mi dolor,
bebiendo lo he
de ahogar;
y si la ven,
muchachos, díganle
que ha sido por su amor
que mi vida ya se fue.
Y brindemos, nomás, la última copa,
que
tal vez también ella ahora estará
ofreciendo en algún brindis su boca
y
otra boca feliz la besará.
Eche, amigo, nomás, écheme y llene
hasta el
borde la copa de champán,
que mi vida se ha ido tras de aquella
que no
supo mi amor nunca apreciar.
Música: Aníbal Troilo
Letra: Cátulo Castillo
Lastima, bandoneón,
mi corazon
tu ronca maldición
maleva...
Tu lágrima de ron
me lleva
hasta el hondo bajo fondo
donde el barro se subleva.
¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón!
La
vida es una herida absurda,
y es todo tan fugaz
que es una curda, ¡nada
más!
mi confesión.
Contame tu condena,
decime tu fracaso,
¿no ves la pena
que me ha herido?
Y hablame simplemente
de aquel
amor ausente
tras un retazo del olvido.
¡Ya sé que te lastimo!
¡Ya
se que te hago daño
llorando mi sermón de vino!
Pero es el viejo
amor
que tiembla, bandoneón,
y busca en el licor que aturde,
la
curda que al final
termine la función
corriéndole un telón al corazón.
Un poco de recuerdo y sinsabor
gotea tu rezongo lerdo.
Marea tu
licor y arrea
la tropilla de la zurda
al volcar la última curda.
Cerrame el ventanal
que quema el sol
su lento caracol de sueño,
¿no ves que vengo de un país
que está de olvido, siempre gris,
tras
el alcohol?...
Música: Astor Piazzolla
Letra: Horacio Ferrer
Del fondo de las cosas y envuelta en una estola
de
frío, con el gesto de quien se ha muerto mucho,
vendrá la última grela,
fatal, canyengue y sola,
taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos.
Con vino y pan del tango tristísimo que Arolas
callara junto al
barro cansado de su frente,
le harán su misa rea los fueyes y las violas,
zapando a la sordina, tan misteriosamente.
Despedirán su hastío, su
tos, su melodrama,
las pálidas rubionas de un cuento de Tuñón,
y atrás
de los portales sin sueño, las madamas
de trágicas melenas dirán su
extremaunción.
Y un sordo carraspeo de esplín y de macanas,
tangueándole en el alma le quemará la voz,
y muda y de rodillas se
venderá sin ganas,
sin vida, y por dos pesos, a la bondad de Dios.
Traerá el olvido puesto; y allá en los trascartones
del alba el mal,
de luto, con cuatro besos pardos,
le hará una cruz de risas y un coro de
ladrones
muy viejos sus extrañas novelas en lunfardo.
Qué sola irá
la grela, tan última y tan rara,
sus grandes ojos tristes trampeados por la
suerte,
serán sobre el tapete raído de su cara,
los dos fúnebres ases
cargados de la muerte.
Música: Juan de Dios Filiberto
Letra: Juan Andrés Caruso
Allá en la Penitenciaria
Ladrillo llora su pena,
cumpliendo injusta condena
aunque mató en buena ley.
Los jueces
lo condenaron
sin comprender que Ladrillo
fue siempre bueno y sencillo,
trabajador como un buey.
Ladrillo está en la cárcel...
el barrio
lo extraña.
Sus dulces serenatas
ya no se oyen más.
Los chicos
ya no tienen
su amigo querido,
que siempre moneditas
les daba al
pasar.
Los jueves y domingos
se ve una viejita
llevando un
paquetito
al que preso está.
De vuelta la viejita
los chicos
preguntan:
—Ladrillo, ¿cuándo sale?
—Dios sólo sabrá...
El día
que con un baile
su compromiso sellaba
un compadrón molestaba
a la
que era su amor.
Jugando entonces su vida,
en duelo criollo,
Ladrillo,
le sepultó su cuchillo
partiéndole el corazón.
Música: Juan de Dios Filiberto
Letra: Juan Andrés Bruno
Una noche muy cruda de invierno
a Langosta lo vieron
pasar
con un traje marrón entallado
y una saga tristeza al mirar.
Con el pucho apagado en la boca
recostóse el malevo a pensar
en
quién sabe qué cosas tan locas
que a veces los chicos lo vieron llorar.
Las viejas decían: "Son cosas de amor
que tarde o temprano se habrán
de saber".
Y cuentan que un día lo vieron volver
diciendo, borracho, con
hondo rencor:
"Tal vez algún día terminen de hablar
que para ese ejemplo
me tengo yo fe...
Yo tengo el remedio que no ha de fallar..."
Dio un
beso al cuchillo y cantando se fue.
"Que soy malo murmura la gente,
que a llamarme Langosta llegó;
que jamás me encontraron sonriente
y
que miro con rabia y rencor...
¡Yo no puedo mirar de otro modo
ni es
posible esconder lo que soy!...
Desgraciarme no quiero del todo...
Por
eso me callo, suspiro y me voy..."
Una noche después de algún tiempo
a Langosta lo vieron venir
con un brillo fugaz en los ojos
y una
mueca feroz al reír...
Al llegar a la esquina en que siempre
recostóse
el malevo a pensar,
arrojando a la calle el cuchillo,
besando un retrato
se puso a llorar...
Música: Roberto Grela
Letra: Francisco Gorrindo
Con el pucho de la vida apretado entre los labios,
la
mirada turbia y fría, un poco lerdo el andar,
dobló la esquina del barrio y,
curda ya de recuerdos,
como volcando un veneno esto se le oyó acusar.
Vieja calle de mi barrio donde he dado el primor paso,
vuelvo a vos,
gastado el mazo en inútil barajar,
con una llaga en el pecho, con mi sueño
hecho pedazos,
que se rompió en un abrazo que me diera la verdad.
Aprendí todo lo malo, aprendí todo lo bueno,
sé del beso que se
compra, sé del beso que se da;
del amigo que es amigo siempre y cuando le
convenga,
y sé que con mucha plata uno vale mucho más.
Aprendí que
en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que
saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y
además corrés el riesgo de que te bauticen gil!
La vez que quise ser
bueno en la cara se me rieron;
cuando grité una injusticia, la fuerza me
hizo callar;
la experiencia fue mi amante; el desengaño, mi amigo...
Toda carta tiene contra y toda contra se da!
Hoy no creo ni en mí
mismo. .. Todo es grupo, todo es falso,
y aquél, el que está más alto, es
igual a los demás...
Por eso, no has de extrañarte si, alguna noche,
borracho,
me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar.
Música: Alfredo Pelay
Letra: Domingo Pelle
(ranchera)
En las lomas de mi pago yo corté
las más lindas
margaritas, con primor
y a la Virgen del pueblito las llevé,
para que
ella me curara del amor.
Porque sabes, yo ando triste y ha de ser
por la
moza del puestero Nicanor,
la vi en la tranquera, una tarde muy hermosa
y como un gualicho, me ha dejado el corazón.
En mi alazán,
bajando voy todas las tardes
con el afán
de este amor, lleno de
alardes
y al recortar
flores de amor para llevar,
candorosa
margarita, sobre la lomita
yo suelo encontrar pa’ mi ilusión,
hasta el
alma vendería
y lejos me iría a morir por vos.
Margaritas de mis
pagos, que corté,
para aquella linda moza de mi amor,
han sangrado como
sangra mi querer
y hoy quisiera darte todo mi fervor;
porque todo lo que
nunca has de saber
hoy se llena de nostalgia en mi dolor,
mi amor y mis
flores, margarita primorosa,
me han llenado el alma como mi lírica canción.
Música: Francisco Canaro
Letra: Manuel Romero
Parao en la vereda,
bajo la lluvia que me empapaba,
la vi pasar.
El auto limousine,
como un estuche, de mí la aislaba
con su cristal.
Frenó, me dio dos mangos
y en la mirada de
indiferencia
que echó al seguir,
noté que para ella
yo era un
mendigo sin importancia...
y me reí.
¡Gran perra! ¡Las vueltas que
tiene la vida!
Ayer yo era rico, su amor disfruté,
de sedas y encajes la
tuve vestida,
y alhajas y coches sin par le compré.
La timba más tarde
me tuvo apurado,
el juego es más perro que toda mujer.
Sin plata muy
pronto me vi abandonado
y hoy mango de a un peso si quiero comer.
¡Qué cambio! Yo he sido un bacán afincado
y hoy pasa a mi lado,
casi sin mirar,
y me tira limosna al pasar.
Parao en la vereda,
bajo la lluvia que me empapaba,
hoy recordé
los besos tan sinceros
que ella me daba cuando yo era
un gran mishé.
¡Mujer, pa' ser
falluta!
dije, amargado, y sus billetes despedacé.
Después, silbando un
tango,
galgueando de hambre,
pa' mi cotorro me encaminé.